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jueves, 30 de septiembre de 2010

La muerte

Una de las labores de un médico de familia es intentar proporcionar una "buena muerte" a nuestros pacientes.

Creerme una actuación correcta en este sentido proporciona una tranquilidad importante tanto al paciente como a los familiares. Crea una relación emocional que hace agradable y útil nuestra profesión.

Para ello debemos estar bien formados desde el, punto de vista de la entrevista clínica. Un punto muy importante es saber escuchar, ser capaz de dejar expresarse a familiares y pacientes empatizando con ellos. Debemos abrir además, la posibilidad de contactar con el médico cuando deseen hacernos alguna pregunta u ocurra un empeoramiento del estado de salud de nuestros pacientes.

También por supuesto es necesario un adecuado conocimiento de los fármacos utilizados para dar una "buena muerte" al paciente, y una paciencia importante para poder explicar a los familiares la administración de los fármacos en caso de dolor en los diferentes estados del "proceso de bien morir".

Cuando sale bien es muy gratificante.

Pero he comprobado, en mi humilde opinión, que cada vez se entiende menos la muerte en nuestra sociedad actual.

La muerte es el final de un proceso, del proceso de la vida. Es inexorable. Llegará.

Yo le digo a los pacientes que me dicen que tienen miedo a morirse, que si quieren saber un secreto, se morirán seguro y yo también. Y todos los que vivimos.

A mí realmente no me da miedo morirme. Me da miedo que se mueran las personas que quiero.
Eso no quiere decir que no quiera estar vivo. Por supuesto que sí.
Espero disfrutar mucho de mi familia, amigos y mi profesión.

Mas la muerte se mira como algo incorrecto, falló la sanidad, un médico, alguien tuvo que hacer algo etc..

Es injusto, por supuesto que sí, que alguien muera joven.
Sea la causa que sea, no se lo merecerá seguro. Todavía será más difícil de aceptar si la muerte es brusca. En ese caso dejará un duelo en los familiares muy complicado de superar.

Pero no hay que buscar culpables. Casi nunca lo hay. No en la mayoría de los casos.

Y en los ancianos las cosas también se pueden complicar.

A veces familiares buscan de manera infructuosa seguir manteniendo con vida a una "persona" que prácticamente ha decidido irse de este mundo.
Se le intenta mantener con vida al precio que sea.

Los sanitarios debemos actuar sobre las familias haciendo ver que no se consigue nada alargando vidas sin vida, y que nunca serán culpables de acortarles esa electricidad interna que les permite seguir en el mundo.

Esto es más fácil si eres su médico de cabecera. Por eso solo cada paciente tiene uno.

Y es nuestra misión ganarnos su confianza.
Para así dar mejores muertes.
Para así ser más felices en nuestra profesión.

Tal vez algún día consigamos hablar de la muerte sin tabúes, seamos capaces de dejar por escrito cómo queremos morir, y poder hacerlo sin sufrimiento y con una sonrisa en la cara.

martes, 28 de septiembre de 2010

Las gafas

Voy a publicar hoy una anécdota real que me ocurrió hace ya la friolera de 9 años.

Se las envié entonces a "Gomaespuma" y tuve el honor que la contaran en su programa de radio.

Me enorgullezco de ello. No es un artículo publicado en el "New England Journal of Medicine" pero...
La cuestión es que en aquel momento era residente de tercer año de Medicina de Familia en el Hospital de Osuna. Último año del MIR de Familia entonces, ahora, son cuatro años (algún cónsul de algún que otro país africano debería informarse).
Bueno como venia diciendo era R3 y estaba por entonces realizando una guardia de observación, cuando entró un ingreso.
Me comento un R2 desde la puerta que tenía (no la tenía él, es la forma que nosotros tenemos de hablar) una paciente con un dolor torácico típico de cardiopatía isquémica.
Bueno, un ingreso de los que no rechistan ni el residente ni el adjunto.
La señora era una mujer de unos sesenta y tantos años, pelo corto rubia sin presumir, y que a partir de ese momento todos le llamaron cama 4.

Impresionante la "cosificación" hospitalaria.
A diferencia de en Atención Primaria dónde las personas tienen nombres y apellidos, y a veces hasta amistad con el profesional que le atiende, en un Hospital cuando postras tu trasero en una cama te difuminas en ella hasta adquirir el número y la habitación dónde ésta se encuentra.

Pero vayamos al grano, tras el ingreso de la cama cuatro, me dispuse a "aliñar" a dicha cama para que fuera recuperando.
Como "aliñar" se entiende la administración de fármacos según un protocolo establecido que se ha determinado efectivo(¿seguro?) para la mejoría o curación de una enfermedad.

Tras observar que desaparecía el dolor torácico, me olvidé de la cama 4, ya controlada, para atender otras camas que poseían pacientes más críticos.

Hay que tener en cuenta que sería entonces las 13 horas.
Tras el almuerzo caí en la cuenta que mis gafas no estaban dónde se suponen debían estar; ésto es encima de mi nariz.

Comencé a buscarlas por todos los lados, en el despacho donde se realizan los informes, en las consultas de urgencias, hasta en los servicios.
No hubo manera. No aparecían.

Durante toda la tarde estuve preguntando a auxiliares, celadores y enfermeras sin ningún éxito.

La cena es el momento en el cual se deja entrar a los familiares de las camas de observación para que los vean y les acompañen en la administración de la comida.

Pues en ese momento, sobre las ocho y pico, me dice la enfermera de observación ante las risas de los muchos presentes:
-Gilbertman, ¡toma tus gafas!
-Ah, gracias ¿Dónde estaban?
-Te las dejaste en la tablero de la cama 4 cuando hiciste su historia clínica. Yo que pasé, y que no sabía que eran tuyas las cogí y dije:
-¡Señora, póngase sus gafas!.
La señora tuvo puestas durante 6 horas las gafas, y cuando llegó su hija le
preguntó:
- Mamá, ¿y esas gafas?
- Yo que sé niña, (contestó la señora) llegó una enfermera y me las puso.
- ¿Y Tú no dijiste nada?
- Yo me callé pensé que serían parte del tratamiento.
Después la hija me llamó y me dio las gafas, le pregunté que si no eran suyas.
Tras contestar que no le dije que entonces debían ser las del médico.

Rápidamente me di cuenta que toda la tarde había visto a la cama 4 con unas gafas muy parecidas a las que yo poseía. Pero fui incapaz caer que en realidad eran las mías.

Tras las risas de rigor, cortitas, ya que en Urgencias se trabaja mucho, me planteé dos moralejas:

1ª Soy muy despistado. Y sobre esa fecha aún lo era más.
2ª En un Hospital los pacientes se dejan hacer cualquier cosa. No protestan. Intentad probar ponerle unas gafas a alguien en un Centro de Salud.

Curiosamente, esta historia se ha convertido en leyenda urbana y la gente la cuenta como propia, inventado y adornando a su gusto desde principio a fin.
No me importa,es más,incluso me gusta.

En el culmen del surrealismo, he llegado a escuchar a alguna persona contándomela a mí.