Día 20 N.
15:30 horas.
Decido ir a votar.
Suele haber poca gente en ese horario.
Me dirijo a mi hijo de 6 años.
- ¿Vienes conmigo?.
-¿A dónde?
- A votar.
- Vale.
Veo que se dirige a la cochera, dónde habitualmente tiene sus juguetes.
Coge una gran pelota, con dos cuernos, donde se puede agarrar si se quisiera sentar.
- ¿Qué haces?
- ¿No has dicho, que vamos a "botar"?
- No "votar" con "v", no "botar" con "b".
- ¡Ah! ¿Qué es eso?
- Consiste en meter una papeleta en un sobre y echarla en una urna.
- ¿Y hay que colarla? ¿Desde muy lejos?
- No, te acercas a una mesa en las que hay unas personas y la introduces dentro.
- ¿Y yo puedo también votar?.
- No, hay que tener al menos 18 años.
- Pues, yo también quiero.
- Ya, pero hay que tener 18 años para poder hacerlo.
- ¡Uf, claro! Los papás y las mamás sí podéis votar y yo no puedo.
- Sí, eso es así.
- Bueno, y después ¿qué pasa?
- Pues nada, volvemos a casa.
- Entonces, ¿para qué sirve votar?
Ante esa pregunta, me quedo pillado.
Como ni yo mismo sé la respuesta, estoy un rato dudando.
Tras leer mi lenguaje no verbal, mi hijo vuelve a hablar.
- Ve tú solo. Yo no voy.
- ¿Y éso?
- Yo no puedo votar, no parece divertido y no sirve para nada.
Nada que añadir al respecto.
Simplemente Genial!!!
ResponderEliminarNieves
unas conclusiones bastante acertadas del chaval, tenemos que intentar que eso cambie, que votar sea algo importante, justo y se refleje en la sociedad.
ResponderEliminarLos niños siempre dicen la verdad.
ResponderEliminarLucia