Extraída de Ciencia Kanija.
Seis minutos por paciente.
Quince minutos por aviso domiciliario.
Y media hora para desayunar.
Programadas de cuarto de hora.
Eso es lo que marca la agenda.
Todo totalmente irreal.
Tic-tac.
Tres pacientes con cuatro motivos de consulta.
Tic-tac.
Un paciente que ha necesitado veinte minutos.
Y yo se los doy.
¡Qué leche!
Independientemente de lo que marque la agenda.
Tic-tac.
Una urgencia que debo intercalar entre los citados.
Tic-tac.
Otra.
Tic-tac.
Este paciente no lo conozco.
Se ha cambiado de cupo.
Leo cuidadosamente su historial clínica.
Tic-tac.
Salgo corriendo de la consulta.
Le digo a el paciente de las once que espere un momento.
Aunque ya es su hora.
Tic-tac.
Me tomo el desayuno en cinco minutos.
Tic-tac.
Dos urgencias a las once de la mañana.
Las veo antes de comenzar los pacientes citados.
Tic-tac.
Entra el paciente que le tocaba cuando me fui a desayunar.
Tic-tac.
El paciente de las nueve de la mañana.
Aparece ahora por la puerta.
Dice que olvidó la cita.
Tic-Tac.
Varios pacientes del cupo de otro compañero.
Tampoco los conozco.
Necesito ver informes clínicos de sus problemas.
Tic-tac.
Más urgencias.
Tic-tac.
Entra un paciente ya valorado por mí previamente.
Le ha dicho el farmacéutico que no tiene esa medicación.
Tic-tac.
Termino de ver toda la agenda.
Miro el reloj.
Casi cuarenta y cinco minutos de retraso.
Tic-tac.
Una hora para hace 2 avisos a la calle.
Tic-tac.
A ver si mañana puedo ir con menos retraso y hacer el aviso programado que debo realizar.
¡Éso no me lo creo ni yo!
Tic-tac.